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La Virgen del Carmen, Reina y Madre de Chile

Artículo escrito por Juan Emilio Cheyre, Director Centro de Estudios Internacionales UC, Ex Comandante en Jefe del Ejército, 16 julio 2007

MARIA MADRE DE JESUS Y MADRE NUESTRA.
Por primera vez en Chile, el 16 de julio de 2007 se festejará con un feriado nacional el día en que la Iglesia celebra la memoria de la Virgen del Carmen. Ello en virtud de la Ley 20148, promulgada el 27 de diciembre de 2006, que establece “declárase feriado el día 16 de julio de cada año, en que se celebra y honra a la Virgen del Carmen…". Un acontecimiento que debe llevarnos a reflexionar acerca del fundamento que se tuvo para otorgar tal día como festivo nacional. El culto a la Virgen del Carmen es una tradición que va mas allá del mundo católico, inscribiéndose en la historia de nuestro país que, desde la Colonia, profesa culto a la “ Virgen con el niño en brazos”.
La devoción a la Virgen del Carmen se inscribe en el reconocimiento que profesamos a la Virgen como la Madre de Dios. Hace ya veinte siglos que ella se ha aparecido en diferentes lugares y de muchas maneras. Por eso, los nombres o advocaciones con los cuales se la reconoce adquieren rasgos muy vinculados a cada lugar o etnia; sin embargo, la Madre de Dios es una sola. De ahí que una primera reflexión nos ha de conducir a María, la Madre del Mesías, que aparece contraria al mal y quien dará a luz al Hijo de Dios. Ese anuncio lo encontramos en el Antiguo Testamento (Génesis 3,15) y en el Nuevo Testamento también aparecen numerosas referencias a ella.
Para mí, lo fundamental es que siempre la veremos al lado del Señor, quien atiende sus pedidos. Ella lo acompaña durante toda su vida, hasta su muerte crucificado. Es en ese sublime momento, cuando nuestro Señor Jesucristo nos regala, a todos los hombres y mujeres del mundo, a su Madre como nuestra Madre. Jesús al ver a su Madre y junto a Ella al discípulo que más quería (Juan) dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo y volviéndose a él, ahí tienes a tu Madre (Juan 19,25-27). Será desde ese crucial instante en que el hijo de Dios, muerto por nosotros, nos une a la Virgen de cuyo vientre nació el Niño que vino a mostrarnos el camino de la salvación.
Los antecedentes que recordamos tienen la importancia de mostrar ese vínculo de cada uno de nosotros con María. Se trata de la Madre de Dios, pero al mismo tiempo, Madre nuestra. En lo personal creo que esa relación maternal es una posibilidad para que quienes creemos tengamos la fe para ver en María- dado el regalo que se nos hizo- a la Madre común de Jesucristo y de cada uno de nosotros. Es así que compartimos al ser más querido por El. Por eso debemos encontrar en María un vínculo privilegiado con Dios a través del cual podemos pedir, comunicarnos, abandonarnos en sus manos, acogernos a su amparo, sabernos acompañados y protegidos por su maternal manto, aprender a confiar como ella confió, unirnos al sacrificio de Cristo – en la santa comunión- como ella se unió. En fin, creo que disfrutar de tan magnífico regalo es mirar a nuestra Madre la Virgen María como un modelo de vida. Esta reflexión, que para los cristianos resulta tan clara, es un bien que a veces no apreciamos en toda su magnitud. En efecto, mi experiencia personal me ha llevado a conocer a tantos no creyentes que, en momentos de aflicción o en la vida diaria, me han dicho sentir verdadera sana envidia por no poder disfrutar esa sensación que gozamos los católicos de compartir con Jesús una Madre común. Como dijera recientemente el Papa Benedicto, los católicos sabemos que nunca estamos solos, ya que ella nos acompaña poniéndonos en directa comunicación con Dios.
Recuerdo al escribir estas líneas que he sido testigo de no creyentes que llevan con ellos, y en forma permanente, una imagen de María. A mi memoria viene una conversación que tuve hace muchos años con un hombre bueno y agnóstico, que al conversar de la fe en María me decía que estaba seguro que yo no alcanzaba a comprender el apoyo que tenía y la falta que a él le hacía en su vida diaria saberse acogido, acompañado, entendido en sus penas y, además, con la posibilidad de transmitir al Señor (en el que desearía haber creído) peticiones, angustias o mensajes a través de ella, la única, a la que estaba seguro que jamás el Señor dejaría de escuchar.

LA VIRGEN DEL CARMEN EN LA TRADICION E HISTORIA DE CHILE
La devoción por María en su advocación del Carmen se basa en el lugar de origen en el monte Carmelo, cuyo nombre en hebreo significa jardín. Allí, 300 años AC el profeta Elías tuvo la primera visión de la Virgen con el niño en los brazos. En ese lugar, durante la era cristiana algunos bautizados que deseaban la perfección espiritual y la santidad, habitaron esas montañas e invocaron a la Santísima Virgen María con el nombre de “Monte Carmelo” que derivó al de “Virgen del Carmen”. En 1235 los carmelitas emigran a Europa y difunden su devoción.
En 1595 los agustinos llegan a América Latina y promueven, en Chile y otros países, la devoción a la Virgen del Carmen. El culto a María bajo esa advocación se extendió rápidamente en nuestro país. El pueblo la acogió con especial amor; los padres agustinos sacaban en procesión los días 16 de julio a la Virgen por las principales calles de las ciudades; la fiesta era precedida por una novena donde se pedía por las necesidades de la comunidad. Es así como la confianza en la Virgen se manifestó en los principales escenarios de la historia de Chile. En 1814, después del desastre de Rancagua, ya hay referencia a la solicitud de su apoyo. En el año 1818 el Libertador Bernardo O’ Higgins y José de San Martín escogen a la Virgen como su Patrona, jurándole en esa fecha fidelidad todos los oficiales y la tropa del Ejército Libertador.
En marzo de 1818, en la Catedral de Santiago, se hizo una promesa que expresaba “en el sitio que se diera la batalla y se obtuviera la victoria, se elevaría un santuario a la Virgen del Carmen, Patrona y Generala del Ejército y que los fundamentos serían colocados por los mismos que lo ofrecen, en el lugar de las misericordias, que será el de nuestras gloria. Es así como después de la Batalla de Maipú el General O’ Higgins, con sus propias manos, puso la primera piedra del que sería el Templo Votivo de Maipú.
La devoción a la Patrona de Chile fue profesada por el pueblo, por sus representantes y hombres públicos. El General Manuel Bulnes ante el triunfo de Yungay expresaba “No señores, no fui yo quien ganó esa batalla sino Mi Señora del Carmen quien me inspiró un movimiento y un acto que por mí mismo no habría ejecutado. Deseo destacar aquí una idea que se encuentra presente en el apoyo que brinda la Virgen a quienes en ella confían. Siempre veremos que su retribución se refleja en fuente de fuerza, de inspiración, de apoyo, de encontrar por su intermedio aquello que la humana capacidad no logra por sí sola.
Hay otros signos visibles del culto y honra a la Virgen por el pueblo de Chile. La bandera nacional tiene representada, en su estrella solitaria, la silenciosa presencia de María en nuestra historia. Dentro de las muchas expresiones de fe en ella, se ha buscado su protección y asistencia especial en acontecimientos históricos. Resulta poco conocido el hecho de que toda batalla compleja fuera librada un día miércoles (día consagrado a la Virgen del Carmen), entre otras, la Batalla de Chacabuco, el Combate Naval de Iquique, el combate de Angamos, las Batallas de Tacna y Dolores.
El General Baquedano le expresó al Capellán Ruperto Marchant Pereira que en una ocasión movilizó sus tropas un día miércoles y no como la situación aconsejaba, ya que “no se figuraba dar una batalla sino en día miércoles.
Es así como en 1923, el Papa Pío XI declaró a la Virgen del Carmen “Patrona de Chile”, con todos los privilegios que ello implica y el 19 de diciembre de 1926 se realizó su coronación en el Parque Cousiño (actual parque O’Higgins) donde Monseñor Benedicto Aloisi, legado Pontificio, la coronó como Reina de nuestra Patria. Tal acto no vino sino a refrendar la profunda fe del pueblo chileno en su Señora a la cual por siempre ha recurrido en momentos de necesidad, sabiendo que ella educa y orienta la vida hacia el encuentro de Jesús.
Debemos recordar el acto, del que muchos fuimos testigos, en que el Papa Juan Pablo II coronó la imagen de la Santísima Virgen del Carmen que se venera en el Templo de Maipú. En esa ocasión dijo el venerado y recordado Pontífice: 
“Virgen del Carmen, Reina y Patrona del pueblo de Chile, 
a tu corazón de Madre encomiendo la Iglesia 
y a todos los habitantes de Chile: 
los pastores y los fieles, 
todos los hijos de esta Nación .
Que bajo tu protección maternal, 
Chile sea una familia unida en el hogar común, 
una patria reconciliada en el perdón y en el olvido de las injurias, 
en la paz y el amor de Cristo."
Son muchas las devociones con las cuales el pueblo chileno expresa su amor y confianza a la Santísima Virgen. Sin embargo, es tal vez el escapulario una de las más frecuentes. Su origen se remonta al 16 de julio de 1251, cuando la Virgen del Carmen se aparece, acompañada de una multitud de ángeles, a San Simón Stock, superior general de los padres carmelitas, en Cambridge, entregándole un escapulario y diciéndole: “Recibe, hijo mío, este escapulario de tu orden, que será de hoy en adelante señal de mi confraternidad, privilegio para ti y para todos los que lo vistan. Quien muriese con él, no padecerá el fuego eterno. Es una señal de salvación, amparo en los peligros del cuerpo y pacto sempiterno”. Los privilegios de recibir y llevar el escapulario en nuestro cuello son tres:
• Signo del amor y protección maternal de María
• Ayuda en el momento de la muerte
• Salvación del purgatorio
Somos millones los chilenos que llevamos el escapulario como signo de devoción mariana. El Capitán Prat escribió a su tío “Antes de salir al norte toda la tripulación y Oficiales, incluso yo, recibimos el escapulario del Carmen, en cuya protección confiamos para que nos saque bien de esta guerra”. El héroe, al caer en la cubierta del Huáscar, llevaba en su pecho ese escapulario.
También el General Bulnes nos deja un testimonio: “Dicen que soy valiente, así será, pero al entrar en batalla siento como los demás, el retintín de los espolines en la estribera, entonces saco mi escapulario, que siempre llevo conmigo, lo beso y estrechándolo en el corazón digo a mi Señora del Carmen allá voy, amparadme Madre mía y dando las órdenes del caso, me lanzo a cumplir mi deber de Jefe y de Patriota”.
Sin duda no vivimos esos momentos extremos, pero la pregunta es ¿cuántas veces no deberíamos invocar su apoyo para lanzarnos a cumplir nuestro deber diario en bien de Chile, para hacer un país más digno, más fraterno, más justo, más bueno? La historia no solamente la escriben los héroes de antaño. Es un deber nuestro construirla cada día, desde quienes aparecen cumpliendo las más humildes tareas hasta quienes ostentan las más altas responsabilidades. Nadie es grande o pequeño en su quehacer ante los ojos de Dios. Todos necesitamos invocar ese regalo que se nos dio al poder pedirle a Nuestra Señora del Carmen el apoyo en nuestra vida diaria. La otra devoción mariana por excelencia es el rezo del Santo Rosario, una de las oraciones más hermosas a la Madre del Salvador. Durante su rezo vamos meditando, junto con María, los misterios centrales de la vida de Jesús. Juan Pablo II a pocas semanas de ser elegido Papa dijo “El Rosario es mi oración predilecta. Plegaria maravillosa. Maravillosa en su sencillez y profundidad”.

UN TESTIMONIO PERSONAL EN LA DEVOCION A LA VIRGEN DEL CARMEN
He buscado sintetizar el amor de Chile a su Reina, Patrona y Generala de las FF AA. Asimismo, resumir algo de la base donde radica el culto a la Virgen del Carmen a lo largo de la historia. Al terminar esta reseña estimo un deber dar testimonio personal de las principales vivencias con las cuales ella me ha regalado. Lejos de ser un ejemplo, creo que ello constituye la muestra de cómo un hombre débil, como todo ser humano, ha encontrado en su maternal acompañamiento signos evidentes de amor infinito, protección e intercesión ante Cristo su Hijo.
La devoción del Carmen, como en tantas familias chilenas, proviene de mi madre. Ella fue quien a cada uno de sus hijos nos consagró a su protección, invocándola cuando en una tormenta cruzábamos- allá por los primeros años de la década de los cincuenta- el golfo de Penas en un débil barco que se dirigía a Puerto Aysén y que se encontraba próximo a naufragar, como de hecho sucedió al poco tiempo. Además de imponernos de por vida el escapulario, prometió a la Virgen vestir de café toda su existencia salvo durante un mes al año. Demás está decir que fue fiel a su promesa. La recuerdo combinando el difícil color en sus actividades de todo tipo. Sin embargo, lo más importante, dándonos con ejemplos de vida una confianza ciega en que estando unidos a la Virgen siempre estaríamos a salvo, protegidos y apoyados. Su fe en la Patrona de Chile venía de antiguo, ya que participaba desde muy joven en su culto y en las anuales procesiones donde las señoritas de la Cruz Roja y los militares marchaban escoltando a la Virgen en su celebración. De hecho, desde que se conocieron con mi padre, en ese entonces Capitán en la Escuela Militar, eran esas fiestas uno de los lugares donde cada uno, con sus particulares devociones, honraban a nuestra Señora del Carmen y seguramente cruzaban sus miradas con un amor que recién nacía y que los llevaría a formar la familia de la que provengo.
Como Cadete y Oficial, al igual que muchos de la mano de queridos capellanes devotos de la Virgen del Carmen, adquirí un contacto directo con el culto y devoción a María. Ya casado, cada uno de nuestros hijos fue consagrado en el bautismo a su protección. Creo que gran parte de lo que han enfrentado en sus vidas se debe al acompañamiento que a cada cual ella les ha dado en momentos de enfermedad, aflicción y en la forma cómo han debido enfrentar problemas, penas y alegrías o sortear obstáculos que, sin su apoyo, habría sido imposible resolver solos. Sin embargo, en 1994 cuando alcancé el grado de General de Brigada, sin hasta hoy día saber o recordar la razón de por qué lo hice, decidí -en cuanto recibí el bastón de mando que me confería tal responsabilidad- tomar una estampa de la Virgen del Carmen y colocarla en el interior de ese bastón, rogándole que la responsabilidad que se me otorgaba contara con su apoyo. Le pedí no estar solo y que me acompañara en hacer bien y con total entrega la tarea que se me encomendaba, buscando poner mis actos al servicio de Chile y de los hombres y mujeres que serían confiados a mi mando. Cuando hoy pienso en ese acto, no tengo dudas de que en ese momento era muy consciente, por una parte de la gran misión que me era entregada y, al mismo tiempo, de mis limitaciones. En el fondo me sabía incapaz de acometer una tarea de esa envergadura sin su ayuda, pero tenía fe de poder confiar en su maternal apoyo. Es decir, se trataba de aprovechar ese don que se nos otorga a quienes creemos, de entregarle a María nuestros problemas y peticiones sabiendo que seremos escuchados. En otras palabras, sumar a nuestro humano actuar su divina protección en el diario quehacer. No creo que se trate de transferir la responsabilidad que en lo humano cada uno adquiere, sino que agregar a ello un apoyo que sólo ella podrá entregarnos en nuestras decisiones y acciones. Al año de ese acto viajé a Roma y saqué la estampa para ponerla en mi bolsillo en un terno de civil, ya que no vestíamos uniforme en las actividades que realizaríamos. Lo que yo no sabía era que tendríamos la oportunidad de saludar al Santo Padre Juan Pablo II. Por esas circunstancias del destino fuimos recibidos por el Papa y tuve la ocasión de hablar unas palabras con el querido Pontífice. Debo decirlo: fue muy cariñoso y recordó a Chile, sin embargo, me reconvino al saber que era militar y no vestía uniforme. Ello me llevaría posteriormente a ordenar que todo viaje debía hacerse con la tenida militar, independientemente de la incomodidad o dificultades propias de un largo trayecto. En esa ocasión, al término de la audiencia, el Papa manifestó que sacáramos aquello que deseáramos fuera bendecido. Allí salió la imagen de mi civil bolsillo, recibiendo la bendición papal para retornar a su lugar dentro del bastón de mando a mi regreso a Chile.
La vida quiso que tuviera que recibir dos nuevos bastones, el de General de División en 1998 y el de Comandante en Jefe del Ejército, en 2002. Demás esta decir que la estampa cambió en cada ocasión de lugar, ubicándose en el nuevo bastón. Era el símbolo de mayores responsabilidades. Hoy, por tanto, la Virgen del Carmen encontró un nuevo espacio y renovadas solicitudes de apoyo ante las nuevas tareas. En el fondo, creo que ubicarla allí donde estaba el distintivo humano de la potestad del cargo, significaba una silenciosa pero confiada solicitud de que no me dejara solo ante tareas que sabía superaría mis humanas limitaciones. Sin embargo, fui más “pedidor” de su acompañamiento. Al cumplir 40 años de servicio en el Ejército se nos entrega una condecoración a quienes tenemos la oportunidad de llegar a tan larga vida en sus filas. En mi caso, ya era Comandante en Jefe hace un año. Como tal, sabía de las grandes demandas y del peso de la responsabilidad donde percibía la necesidad de sentirme junto a ella. Seguro de que yo no era el más digno de lucir una condecoración, cuando vivía día a día las limitaciones de un ser humano, decidí silenciosamente pedirle al Obispo Castrense hiciera depositaria a la Virgen del Carmen- ubicada en la Catedral Castrense- de la medalla que a mí se me había conferido. Tenía la convicción que era ella quien merecía ser honrada y no yo, que era sólo un instrumento para cumplir la misión que se me había encomendado. En efecto, mandar el Ejército de Chile en un período complejo de la vida nacional constituía un alto honor, pero al mismo tiempo una responsabilidad compleja que necesitaba de fuerza, ideas, entrega, audacia, respeto a la diversidad y valor para enfrentar situaciones de diferente índole. Confiaba en la preparación profesional de una vida, tenía la voluntad de entregarme por entero a la causa, pero al mismo tiempo sabía podía potenciar mi actuar gracias a que poseía la fe de que María sería la mejor aliada en las tareas de cada día. Es por eso que al hacerla depositaria de la condecoración que se me había conferido, le pedí honrarla rogándole con fervor que me ayudara para obrar el bien, proteger al Ejército y cautelar su honor, apoyar a sus integrantes, tener la fuerza para entregar todo lo mío al servicio de esa causa y tratar de encontrar caminos de reencuentro entre una sociedad que aún no veía a su Ejército como una Institución cercana a cada chileno. En el fondo, pedirle que no me dejara solo a mí y a quienes me acompañarían en esa tarea de lograr un Ejército eficiente que asegurara la paz y al mismo tiempo fuera creíble, querido y respetado por todos nuestros compatriotas. Todos esos años ella lució la condecoración y estoy seguro que con mucho más mérito que a quien le había sido otorgada. El trabajo de la Virgen no debe haber sido fácil. Por mi parte, sólo debo decir que nunca me sentí solo. La fuerza en los momentos de mayor complejidad o dolor la encontré junto a María. Las ideas muchas veces las medité rogando ante su imagen. Al saberme sobrepasado siempre fui a decirle que el tiempo urgía y que no nos abandonara. Hice un compromiso de rezar diariamente el rosario, encontrándolo hoy la más maravillosa oración. Mi escapulario me acompañó en momentos de peligro y también durante las más maravillosas ceremonias y honores. Sin embargo, fue esa medalla la que me dio la tranquilidad de hacerle la señal de la cruz al primer soldado que encontramos muerto en Antuco, rogando con fervor por su alma y pidiendo que ella nos ayudara a encontrar a sus camaradas para darles cristiana sepultura junto a sus familias. Cada una de esas noches veía como oraban las patrullas de rescate. En cada amanecer le implorábamos a ella bajo la tormenta para que diera fuerza a los cientos de hombres que salían a buscar a sus compañeros. En fin, abusé de su maternal apoyo y. por mi parte, sólo me entregue confiadamente poniendo de mi parte todo lo humano y rogándole que allí donde ello no bastaba ella hiciera la tarea. Es por eso que al entregar el mando en Jefe del Ejército de Chile el 9 de marzo de 2006, junto a los míos fui a la Capilla de la Escuela Militar, donde había entrado a los catorce años de edad en 1962, y ante la misma Virgen a la que recé como Cadete le hice entrega del bastón de mando que, como Comandante en Jefe del Ejército, había sido el distintivo de mi autoridad. Demás está decir que saque la imagen desde el lugar en el bastón donde me había acompañado por tantos años y en tantas circunstancias.
Hoy, su sagrada imagen en la sencilla estampa está junto a las nuevas tareas y en mi hogar, esperando me acompañe durante toda mi vida aquí en la tierra.

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