Creo que este poema de José Luis Martín Descalzo nos puede ayudar a entrar en esta próxima Semana Santa, descubriendo junto con la Virgen María el gran amor que Dios nos manifiesta en su entrega hasta la muerte de cruz.
Aquel sábado en que, en la sinagoga, leyeron a Isaías
Todos los sábados María acudía a la sinagoga, porque la
Palabra de Dios era su mejor alimento. Pero, desde “lo del ángel”, todo lo que
allí se leía estaba, para ella, como poblado de campanas. Y es que no había
palabra de las Escrituras que a ella no le hablase del Chiquitín que albergaba
dentro. Todo le parecía una biografía anticipada de su Pequeño.
Hasta que, un día, el encargado de la lectura tomó el rollo
de Isaías 52 y, en voz alta dijo:
“Mirad, mi Siervo
tendrá éxito,
subirá y crecerá
mucho.
Como muchos se
espantaron de Él,
porque, desfigurado,
no parecía hombre
ni tenía aspecto
humano,
así asombrará a muchos
pueblos.
Y María, que escuchaba,
toda se entenebrecía,
y su corazón sangraba
y, temblando repetía:
“¡Ay dolor, dolor, dolor!
¿Si seréis Vos, mi Señor?”
Y el lector prosiguió:
Lo vimos sin aspecto
atrayente,
despreciado y evitado
de los hombres,
como Varón de dolores
acostumbrado a
sufrimientos,
ante el cual se ocultan
los rostros,
despreciado y
desestimado.
Las palabras del profeta
su corazón traspasaban
y, mezclados con el llanto,
sus gemidos se escapaban:
“¡Ay, sangra, corazón mío,
que está hablando de mi Niño!”
Y continuó el lector:
Él soportó nuestros
sufrimientos
y aguantó nuestros
dolores;
nosotros lo estimamos
leproso,
herido de Dios,
humillado;
pero Él fue traspasado
por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros
crímenes.
Y María se alegraba
de ver al hombre salvado,
mas era madre y temblaba
por el hijo maltratado
“¡Ay, mi amor, mi amor, mi amor!
¿Por qué has de ser redentor?”
Y, dando la vuelta al rollo, la palabra del lector continuó
penetrando a María como una espada:
Nuestro castigo
saludable cayó sobre Él,
sus cicatrices nos
curaron.
Todos errábamos, como
ovejas,
cada uno siguiendo su
camino;
yDios cargó sobre Él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, se
humillaba
yno abría la boca:
como cordero llevado
al matadero,
como oveja ante el
esquilador;
enmudecía y no abría
la boca.
María se preguntaba
por qué no podría ser
como los demás su Hijo:
Un hijo para querer.
“¡Ay, mi pequeño cordero
Conducido al matadero!”
Y el lector siguió golpeando
y golpeando:
Lo arrancaron de la
tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hicieron.
Le dieron sepultura
con los malvados
y una tumba con los
malhechores,
aunque no había
cometido crímenes
ni hubo engaño en su
boca.
El Señor quiso
triturarlo con el sufrimiento
y entregar su vida
como expiación.
Y recordando a aquel ángel
que un día la visitó
pensaba: “¡Qué lejos de todo
lo que Gabriel me anunció!”
y preguntó: “Ángel de luz,
¿me habrás engañado tú?”
Y el lector concluyó su lectura diciendo:
Porque expuso su vida
a la muerte
y fue contado entre
los pecadores,
Él tomó el pecado de
muchos
e intercedió por los pecadores.
Y María se inclinaba
ante el misterio de Dios
y aceptaba pagar ella
el mal que no cometió.
“¡Ay, hijo mío adorado,
no tengas miedo, mi amor,
que cuando llegue el dolor
vas a tenerme a tu lado!”
José Luis Marín Descalzo
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