Lecturas
Gn 2,7-9. 3,1-7
Salmo 50
Rm 5,12-19
Mt 4,1-11
Comentario
Al inicio del gran camino de conversión de la Cuaresma , la Iglesia nos da las “armas de la penitencia” -el ayuno, la oración y la limosna-, de entender no como un mero proposito exterior, sino como reflejo, en las obras, de la conversión interior, confiando radicalmente en la misericordia, en la bondad y en la providencia de Dios.
Se nos conduce, casi de la mano e, incluso la sucesión cronológica de las lecturas parece sostener el paso hacia el camino de la liberación.
En la primera lectura, con la historia del “pecado original” se indica el punto desde el que todos partimos. Sabemos bien que la expresión “pecado original” indica la desobediencia de los primeros hombres hacia Dios, de la cual, en un modo que nosotros no podemos comprender plenamente, deriva sea la situación inicial de “no-salvación” en la que cada hombre nace, que la tendencia al mal que cada uno experimenta dentro de sí mismo.
Además de este primer significado se señala también el pecado que es el origen de todos los demás pecados: el orgullo, el considerarse autosuficientes, independientes de cualquier vínculo, y el querer tener la vida para sí mismos, sin abrirla, sin dilatarla a la obra de Aquel que la creó y después nos la confió.
Y después del renacimiento del Santo Bautismo tal inclinación permanece como una herida.
En el Salmo 50, la oración que el hombre dirige a Dios, «Contra ti, contra ti solo pequé, lo malo a tus ojos cometí», es el primer paso de suma importancia, que la gracia divina puede lograr: el reconocimiento del propio pecado.
Humildemente, o sea, sin buscar excusas ni justificaciones representa el inicio de la liberación, ya que es cumplir la verdad y, por consecuencia, no pertenecer más al pecado, sino a la Verdad : «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8,32).
Pidamos una clara conciencia de nuestras limitaciones y de nuestros pecados, la humildad de saber que siempre el tentador, que no respetó ni al Señor Jesús, nos insidia con sus mentiras, que son siempre las mismas, desde el jardín del Edén hasta el fin de los tiempos: «seréis como Dios». En la raíz de todo pecado hay siempre una mentira, como en la raíz de cada auténtica liberación esta siempre la verdad.
Que este tiempo fuerte del año litúrgico, sea el triunfo de la verdad. Será también el triunfo de la libertad y la victoria sobre la muerte que celebramos en la Pascua.
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